ETAPA DISCIPULAR

Es la segunda etapa de la formación sacerdotal o etapa filosófica. 

Seminaristas de la etapa discipular

José Cardozo

III año

De Sabaneta, Estado Barinas.

Pedro Navarrete

II año

De Santa Rosa, Estado Barinas.

Sergio Ruíz

II año

De Punta de Mata, Estado Monagas.

Romel Martínez

II año

De Maturín, Estado Monagas.

Yolfelix Salazar

II año

De San Carlos, Estado Cojedes.

Moisés Abad

I año

De Ciudad Bolívar, Estado Bolívar.

Santiago Cordoba

I año

De la Victoria, Estado Aragua.

Ramón Campos

I año

De Punta de Mata, Estado Monagas.


¿Qué trata la etapa discipular?

Se la designa con el nombre de «etapa discipular» porque pretende que el seminarista llegue a tomar la decisión definitiva y vinculante de ser discípulo del Señor y misionero del evangelio, continúe o no en el camino hacia el sacerdocio. 

Justificación y contenido. «La experiencia y la dinámica del discipulado que, como ya se ha indicado, dura toda la vida y comprende toda la formación presbiteral, requiere pedagógicamente una etapa específica, durante la cual se invierten todas las energías posibles para arraigar al seminarista en el seguimiento de Cristo, escuchando su Palabra, conservándola en el corazón y poniéndola en práctica» (RFIS 62). La comparación con una planta que echa raíces es eficaz para ilustrar el proceso de maduración del seminarista durante esta segunda etapa. Se trata de fomentar una escucha de la Palabra de Cristo que fecunde y transforme el corazón del seminarista y lo disponga a ponerla en práctica con alegría. Para formarse para el sacerdocio ministerial es totalmente necesaria la base de una fe suficientemente madura, sobre la cual girará la comprensión e interpretación de los valores sacerdotales y de todo el proceso espiritual de configuración con Cristo. 

La etapa filosófica o discipular se justifica también como un medio para el desarrollo de la personalidad. «Durante el proceso de la formación sacerdotal nunca se insistirá suficientemente sobre la importancia de la formación humana; la santidad de un presbítero, de hecho, se injerta en ella y depende, en gran parte, de su autenticidad y de su madurez humana. La carencia de una personalidad bien estructurada y equilibrada se constituye en un serio y objetivo impedimento para la continuidad de la formación para el sacerdocio» (RFIS, 63). Si durante la etapa propedéutica el seminarista consiguió el «mapa» de sus virtudes y defectos, a lo largo de la etapa filosófica o discipular deberá hacer, con la ayuda de sus formadores y de un adecuado itinerario formativo, un trabajo sistemático y detallado que le ayude a potenciar las virtudes y a manejar los defectos de tal modo que no constituyan un obstáculo para su futura misión pastoral. 

El estudio de la filosofía y de las ciencias del hombre contribuye de modo significativo a la opción discipular y a la maduración humana, pues ofrece al seminarista la oportunidad de construir un pensamiento más ajustado a la realidad y de adquirir una visión crítica y más completa de sí mismo, del mundo, de las relaciones humanas, de la sociedad, de la obra de la Creación y de Dios. 

La actividad apostólica del seminarista de esta etapa se orienta a profundizar en la iniciación cristiana y a comunicar su experiencia de fe. De modo que a través del apostolado reafirma su propio proceso formativo y discipular. Dinamismo. La etapa filosófica o discipular también se puede llamar «estructuradora» o «educativa», porque pretende construir hábitos y estructuras en la personalidad del seminarista. Para conseguir este fin tiene una importancia central el aprendizaje de diversas metodologías. El seminarista de la etapa filosófica o discipular necesita un método estable de oración, un método para la meditación de los 7 ejemplos de Cristo, un método de lectura de comprensión y para el estudio, un método de análisis, de investigación y de síntesis, un orden metodológico de sus horarios y calendarios, un método para la catequesis y el apostolado. 

Se puede concluir que el dinamismo de esta etapa es el propio de un trabajo sistemático que debe dar regularidad a todas las cosas, y particularmente al acompañamiento de parte de los formadores. Ya no se trata solo de introducirse, sino de experimentar con suficiente consistencia los frutos de una verdadera dedicación al proceso formativo. 

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